1. Economía de los recursos naturales y ambientales
1.1. Introducción
Los servicios ambientales, entendidos como los flujos que proveen los distintos ecosistemas a la sociedad, ayudan a comprender mejor la relación entre el sistema natural y el sistema social, así como a entender la importancia que tiene la naturaleza para el desarrollo económico y para el bienestar de la población. Este conocimiento promoverá el diseño de políticas que hagan compatibles los objetivos de desarrollo y de conservación, de tal manera que la base de recursos naturales se mantenga mientras se mejora el nivel de bienestar social; es decir, se genera un óptimo aprovechamiento de tales recursos.
El comportamiento actual de la sociedad ha conducido al agotamiento y a la degradación de ecosistemas. Como ejemplo se puede citar el proceso de deforestación sistemático que ha disminuido la disponibilidad de bosques afectando así el flujo de bienes y servicios que proveen a la población. Otro ejemplo es la cantidad de desechos que se vierten al ambiente natural afectando la capacidad de carga y amenazando el flujo de bienes y servicios que se derivan de ellos. Ante estos problemas surge la necesidad de conocer las interrelaciones entre el medio natural y la economía, para evitar la pérdida de oportunidades económicas que se pueden obtener de ellos.
Entre las causas principales que explican el deterioro de la biodiversidad se puede mencionar el hecho de que los agentes económicos no toman en cuenta el impacto que sus decisiones ocasionan sobre el ambiente. A la vez, esto se explica por la falta de información sobre las consecuencias ambientales que tiene la actividad económica, la falta de señales económicas que indiquen el costo de esos daños sobre la biodiversidad, la falta de precios de los bienes y servicios de los ecosistemas y el desconocimiento de las interrelaciones entre el ecosistema y el medio socioeconómico. De este modo, el primer objetivo para alcanzar un desarrollo económico sostenible es incluir variables ambientales en la toma de decisiones actuales (Proyecto Estado de la Nación 1998; CCAD1998).
Hay un reconocimiento de que los recursos biológicos nutren, visten y proporcionan alojamiento, medicamentos y sustento espiritual a los integrantes de la sociedad, y que los ecosistemas naturales contienen la mayor parte de la biodiversidad de la Tierra; por eso es urgente tomar medidas en función de su conservación y mantenimiento, garantizando así la posibilidad de conocer el material genético de plantas y animales que habitan en ellos. Esto apoyará el ordenamiento en la utilización de los recursos biológicos y la identificación de los beneficios que podrían traer a la agricultura, la salud, el bienestar y el ambiente (IICA 1993).
Además, aunque la biodiversidad es una fuente de recursos para el desarrollo de la economía, no existe una identificación precisa del flujo de bienes y servicios que provienen del ecosistema. Por otro lado, es conocido y aceptado que el aprovechamiento genera beneficios económicos en términos de ingresos, empleo y otros aspectos socioeconómicos, pero estos no han sido contabilizados todavía. Estas deficiencias no permiten visualizar la importancia que tiene la biodiversidad para la economía nacional. En tal sentido, cualquier esfuerzo cuya meta sea el ilustrar esa importancia de la biodiversidad para la economía del país, se convierte en un insumo importante para la toma de decisiones y para la elaboración y análisis de políticas sobre el recurso biológico.
Esa preocupación por el deterioro de los recursos biológicos asociado con las actividades productivas, ha generado la necesidad de desarrollar estrategias que permitan la recuperación de ecosistemas dañados y de especies amenazadas o en peligro de extinción, y la conservación y mantenimiento de ecosistemas existentes. Se han promovido diferentes enfoques para alcanzar la conservación de la biodiversidad, sin embargo, la implementación de tales enfoques requiere el financiamiento suficiente, y las autoridades responsables no cuentan con una fuente de financiamiento continua y estable. Por lo tanto, se hace necesario definir un mecanismo de generación de ingresos permanente, para atender la demanda de recursos financieros en la conservación de la biodiversidad.
Los beneficios económicos de la biodiversidad, aunque se reconocen, no han sido cuantificados explícitamente. Los sistemas contables aún no están estructurados de tal forma que se pueda obtener información desagregada de los bienes y servicios de la biodiversidad natural no producida. A pesar de que éstos se transan en el mercado a precios que probablemente estén distorsionados por las fallas del mismo, el mercado es la fuente más cercana para obtener información, no sólo de precios sino también del tipo de bien y servicio que la sociedad está consumiendo.
Algunos servicios ambientales más que reconocerse oportunamente están tomando el valor que la sociedad les asigna, como, por ejemplo, el servicio de oferta hídrica que ofrecen los bosques costarricenses en las áreas importantes desde el punto de vista de la captación hídrica. Estudios desarrollados por Barrantes y Castro (1999) indican que si la sociedad ha reconocido el valor del servicio ambiental hídrico (Ley de Biodiversidad 1997), solo hay que proceder a cobrarlos para que se pueda contar con un flujo permanente de ingreso. Esto demuestra que el servicio ambiental puede ser valorado en términos monetarios y que existen mecanismos para cobrarlos y administrarlos.
En la medida en que producen flujos de servicios a lo largo del tiempo, los stocks de recursos naturales constituyen un activo de la sociedad. Pero los recursos naturales se distinguen de otros activos por ciertas características que crean dificultades al funcionamiento eficiente de un sistema de precios. En pocas palabras, estas dificultades hay que atribuirlas al carácter renovable o no renovable de los recursos naturales; a sus formas peculiares de apropiabilidad; y a los efectos externos que surgen en la producción y el consumo de sus servicios.
Aunque hay una idea formada de lo que es un recurso natural, quizá valga la pena comenzar con una definición de recurso natural, y una clasificación taxonómica de los distintos tipos de recursos que se considerarán en el análisis. Esto permitirá diferenciaciones importantes en la definición de una gestión óptima de tales recursos, respetando las características relevantes que determinan su aprovechamiento.
De acuerdo con Common (1988), se pueden definir los recursos naturales como todos aquellos bienes de que dispone el hombre como un «regalo de la Naturaleza». Aunque se trata de una definición muy amplia, que incluye sin duda todo lo que pertenece a la Naturaleza, es preferible, por varias razones, a la definición más convencional que identifica recursos naturales con todos los atributos de la tierra, vivos o inanimados que explota el hombre como fuente de alimentos, materias primas y energía, ya que es lo suficientemente amplia como para incluir «regalos» tales como el aire puro y la naturaleza virgen, valorados por el hombre, pero que no son necesariamente utilizados como insumos en un proceso productivo.
Se pueden representar esquemáticamente las relaciones entre el medio natural y la economía con ayuda de la Figura 1.1 (Common, 1988). Por encima de la línea gruesa aparece la economía: producción, consumo, y los flujos existentes entre ellos. La flecha de izquierda a derecha representa los bienes y servicios producidos, mientras que la de sentido contrario indica los servicios del trabajo. Por debajo de la línea gruesa se encuentra el medio natural. Los recursos naturales, representados por la casilla R, sirven como insumos para el proceso productivo. El medio natural proporciona asimismo servicios recreativos (el disfrute de la belleza natural, la oportunidad de respirar aire puro, por ejemplo), que se representan en la casilla A. La definición dada más arriba de recurso natural incluiría, por tanto, las casillas R y A. Obsérvese que estas casillas se solapan. Por ejemplo, un bosque puede servir como fuente de madera para el proceso productivo, y también como fuente de servicios recreativos tales como los derivados del ocio o de las actividades turísticas. Muy a menudo, a la hora de gestionar el recurso, ha de tomarse una decisión sobre si dedicarlo a la producción (R), o a las actividades recreativas (A). Por ejemplo, ¿debería explotarse una parcela del bosque para proporcionar madera, o preservarla para sustentar estas actividades recreativas?
Existe una segunda vía a través de la cual interactúan la economía y el medio natural: la generación de residuos tanto por parte de productores como de consumidores. La producción industrial implica muy a menudo la descarga en el aire o en los ríos de residuos, mientras que las basuras domésticas y los flujos de colectores y alcantarillas terminan por volver de una forma u otra al medio natural. La casilla S de la Figura 1.1, que se solapa con las casillas R y A, recoge este fenómeno. La descarga de residuos puede disminuir la capacidad del medio natural para proporcionar servicios recreativos y, si es lo suficientemente severa, puede limitar asimismo su papel como proveedor de insumos productivos. Por ejemplo, un río, además de permitir mantener una piscifactoría, puede proporcionar agua limpia para un proceso industrial determinado. Puede servir asimismo como un lugar para el desarrollo de actividades recreativas: natación, remo o pesca. Si la contaminación industrial y los residuos domésticos se vierten en él, su capacidad para proporcionar estos servicios recreativos se verá seriamente dañada. La piscifactoría puede resultar inviable, y si la contaminación es lo suficientemente intensa, puede acabar con la posibilidad de que el río proporcione agua para la producción industrial. La casilla S, por tanto, también se solapa con las casillas R y A. Muchas de las cuestiones más controvertidas en el campo de la gestión de los recursos naturales tienen que ver, precisamente, con la intersección de estas tres casillas R, A y S.
Obsérvese que se ha representado en la figura la interacción entre la economía y el medio natural, como una serie de flujos (simbolizados por flechas). Pueden concebirse los recursos naturales como un stock. De esta forma, la utilización de los recursos naturales como un insumo en el proceso productivo supondrá una disminución en el stock de dicho recurso a una velocidad (en unidades de dimensión equivalente a las unidades del recurso por unidad de tiempo) que dependerá del flujo del recurso (en unidades similares) hacia el proceso productivo. Igualmente puede pensarse en un flujo de servicios recreativos desde el medio natural hacia el consumo. Este flujo se medirá en unidades cuya dimensión vendrá dada en términos de utilidad (satisfacción) por unidad de tiempo. A diferencia, sin embargo, del flujo de recursos hacia el proceso productivo, este flujo de servicios recreativos no supone necesariamente una reducción del stock. El hecho de que las personas admiren la belleza natural no la destruye, a menos que sean tantas que dicha belleza se perturbe.
Centrémonos ahora en la tipología de los recursos naturales. La primera distinción importante es la que separa los recursos renovables de los no renovables. Los animales y las plantas, así como las reservas de agua (pantanos, acuíferos), son ejemplos del primer tipo. Es posible utilizar los recursos renovables como insumos en el proceso productivo, sin que ello suponga una disminución global en el stock de los mismos. Así por ejemplo, si la tasa de extracción de madera de un bosque no supera la tasa de renovación biológica, el tamaño global del stock no se verá disminuido. De la misma forma, si la tasa de extracción de agua de un acuífero no supera la tasa de recarga del mismo, las disponibilidades de agua no decrecerán. Sin embargo, si la tasa de explotación del recurso supera la tasa de regeneración natural, las existencias del recurso disminuirán y, eventualmente, pueden llegar a desaparecer, si la explotación continúa.
Además de los recursos renovables, existe otro tipo de recursos naturales que también podría ser incluido en este grupo. Son los depósitos naturales de residuos (casilla S), en los que se depositan las sustancias contaminantes, y que son capaces de regenerarse por sí solos gracias a procesos bióticos o abióticos. En este caso, el depósito puede ser tratado como el stock de un determinado recurso natural. Podría por ejemplo, conceptualmente, considerarse de esta forma la atmósfera, los ríos o los lagos.
Sin embargo, y al igual que ocurre con los bancos de pesca, los bosques, los acuíferos, etc., si la tasa de explotación del recurso (es decir, el flujo de contaminantes hacia el depósito) es mayor que la tasa natural de regeneración (la tasa a la que el medio puede limpiarse a si mismo), el stock del recurso se verá disminuido, y puede llegar a hacerse cero, si el flujo excesivo de contaminantes se mantiene. La descarga continua de clorofluorocarbonados (CFC), por ejemplo, puede reducir la capa de ozono por debajo de un umbral mínimo, en el que ya no es posible la regeneración. De la misma forma muchos lagos han terminado biológicamente muertos, por un flujo excesivo de contaminantes a lo largo de períodos prolongados de tiempo. Debido al hecho de que los stock de recursos renovables pueden aumentar, parece natural considerarlos como una forma de capital natural.
Los recursos no renovables no son susceptibles de una regeneración natural, al menos en términos de tiempo histórico. Ejemplos obvios son los minerales y los depósitos de combustibles fósiles. Cuando estos recursos se utilizan como insumos en el proceso productivo, se reduce necesariamente su stock, y si el proceso se mantiene, es posible que terminen por agotarse. Por eso los recursos no renovables se denominan, a veces, recursos agotables. La distinción entre recursos renovables y no renovables, sin embargo, no está siempre bien definida. La capa superficial del suelo, por ejemplo, es susceptible de regeneración, pero este proceso puede llegar a ser bastante prolongado y puede incluso resultar imposible en el caso de muchos de los modernos métodos de cultivo. Igualmente, algunos grandes acuíferos pueden regenerarse, pero el proceso puede llegar a ser muy lento. Como es obvio, una de las diferencias fundamentales entre los recursos renovables y los no renovables es el hecho de que los segundos no se pueden utilizar, permanentemente, de forma sostenible. En el caso de los recursos agotables, esta explotación sostenible no es posible.
La postura ortodoxa ha sido la de creer en la posibilidad de un proceso de crecimiento económico continuado, en el que una de las principales preocupaciones de los economistas y políticos sería la de cómo mantener dicho crecimiento, superando al tiempo las miserias y sufrimientos causados por la recesión económica. Sin embargo, tras varias décadas de crecimiento económico, la posibilidad e incluso la deseabilidad del crecimiento continuado son puestas en tela de juicio. Este progresivo cuestionamiento comenzó seriamente en los años setenta, tras el golpe que supuso para las naciones industrializadas la crisis de los precios del petróleo, y la creciente toma de conciencia con respecto a los problemas de la contaminación medioambiental, y del crecimiento ilimitado de la población en las naciones no industrializadas.
Una crítica menos extrema del proceso de crecimiento económico se centra en el hecho de que los niveles crecientes de producción y consumo requieren no sólo un flujo creciente de recursos naturales (casilla R), sino que también generan un flujo creciente de residuos (casilla S). La función regeneradora del medio natural, que le permite asimilar estos residuos, se ve sometida a una presión creciente, hasta que llega un momento en el que su capacidad es superada. La contaminación resultante probablemente acabe con la posibilidad de que el medio natural proporcione una serie de recursos, y lo que es todavía más importante, degradará el flujo de servicios recreativos que genera (casilla A). El problema no estriba, por tanto, en que el crecimiento económico se torne imposible, sino en que los beneficios del mismo se hagan cada vez menos valiosos debido a la degradación del medio en el que nos toca vivir.
No resulta tarea fácil negar la validez de estas críticas a la filosofía del crecimiento económico continuado, a la vista de las amenazas que para la salud representan la contaminación nuclear y química, la desaparición de la capa de ozono o el malestar que proporciona la contemplación de ríos, lagos, estuarios, aire... contaminados. De hecho, a la par que avanza el proceso de crecimiento económico, lo hacen los problemas de asimilación, tanto en cantidad como en extensión, de forma que nos encontramos frente a problemas de contaminación verdaderamente globales, como los causados por la acumulación de dióxido de carbono, y otros gases que generan el efecto invernadero, en las capas altas de la atmósfera.
No obstante, la crítica fundamental venia dada por el hecho de que en el análisis no se incluía el mecanismo de precios como un medio para modificar el comportamiento de productores y consumidores en el uso de los recursos naturales. Este hecho surge porque cuando una materia prima se hace escasa, su precio tiende a subir, y los productores que la utilizan tienden a buscar medios de reducir su empleo, sea utilizando sustitutos, sea adoptando procesos productivos más eficientes. Del mismo modo, los consumidores modificarán sus preferencias alejándose de aquellos bienes que ahora resultan más costosos, debido al encarecimiento de las materias primas, y reduciendo de esta forma tanto la demanda de dichos bienes como, indirectamente, la del recurso natural escaso. La secuencia anterior conducirá a un cambio en la estructura productiva, en favor de aquellos bienes poco intensivos en la utilización de recursos naturales (pero más intensivos quizá en la utilización de otros recursos escasos: conocimientos, preparación, habilidad), y en contra de aquellos bienes intensivos en recursos naturales.
Un argumento similar, y en la misma línea, se apoya en el hecho de que al hacerse más escaso un recurso, y por tanto más caro, aumentarán los incentivos para su reciclaje: en la figura 1.1, una parte del flujo de residuos proveniente de la producción y el consumo, y que va a la casilla S, se desviará de nuevo hacia la parte superior, hacia la casilla del consumo o la producción. Dos beneficios se derivan de todo ello: en primer lugar, se reduce la cuantía de recursos primarios extraídos del medio natural; en segundo, se reduce igualmente la cuantía de residuos que vuelven a él.
No todos los contaminantes son reciclables, y los problemas de un medio natural degradado no se resuelve con el argumento de que hay un mecanismo de retroalimentación vía precios. Aunque no deja de ser cierto que el reciclaje y la tendencia a producir bienes menos intensivos en la utilización de recursos naturales reducirá el flujo de residuos. Aun teniendo en cuenta estos factores, el flujo puede seguir resultando excesivo. Si existiera un mecanismo de precios operativo con respecto a la disposición de residuos y a la provisión de servicios recreativos, ayudaría a amortiguar o disminuir el problema de la degradación ambiental. Es decir, si el productor o el consumidor tuvieran que pagar un precio para librarse de sus residuos, y si ese precio creciera a la par que disminuyera la existencia de depósitos aceptables en el medio natural, el problema sería mucho menor; y, análogamente, tampoco habría dificultad si los consumidores tuvieran que pagar un precio por el disfrute de los servicios recreativos, y este precio creciera conforme disminuyera la facultad de la naturaleza de proporcionarlos. La lógica que subyace a este argumento no es excesivamente complicada: si las cosas se convierten en escasas se hacen más caras y se utilizan menos. Y así se tiene otro ejemplo de retroalimentación en el sistema. A medida que el medio natural se contamina como resultado del proceso de crecimiento económico, y ve disminuidas sus facultades tanto para actuar como un depósito de residuos como para proporcionar servicios recreativos, disminuye la utilización del medio con estos propósitos, ya que se hace más caro.
A pesar de que no existe en realidad tal sistema de precios para gran parte de los servicios del medio natural, ni para algunos de los recursos naturales utilizados en el proceso productivo, una condición necesaria para que el mecanismo de precios funcione debidamente es que existan derechos de propiedad privada sobre las cosas que debería controlar este mecanismo. El funcionamiento del sistema de precios se basa en el hecho de que las personas y las empresas comercian entre sí, y sólo se puede intercambiar lo que se posee. Aunque algunos recursos medioambientales son de propiedad privada, la mayoría, y fundamentalmente los que tienen que ver con la provisión de servicios recreativos y de depósito de residuos, no lo son. En general, los productores no tienen que pagar una tasa al «dueño» de un río, o de la atmósfera, para descargar en ellos sus basuras. De la misma forma, los consumidores, en la mayoría de los casos, tampoco tienen que pagar por el disfrute de los lagos, las playas, el paisaje; ni los pescadores (productores) por la pesca que sacan del océano. Como es obvio, la razón estriba en que la atmósfera, los océanos, los ríos y lagos, las playas, etc., no son de nadie... y son de todos: nadie cobra una tasa por su utilización. Los recursos medioambientales son los que se denominan recursos de propiedad común y para los que, además, existe libertad de acceso. Muchos han señalado este libre acceso como el responsable de la mayor parte de los abusos que se cometen contra el medio natural.
No es que el crecimiento económico por si mismo sea la causa de los problemas medioambientales, sino la falta de un sistema operativo de precios en el caso de muchos recursos medioambientales, debido fundamentalmente a la existencia de libre acceso y a la carencia de derechos de propiedad sobre ellos. Aun cuando sólo los economistas más radicales se pronunciarían en favor de la privatización de todos los recursos medioambientales, la mayoría sostiene que la solución de los problemas del medio ambiente pasa por el establecimiento de sustitutos, o «sucedáneos», de los derechos de propiedad. Elementos como los permisos de contaminación negociables, o (en el caso de la pesca) las cuotas individuales transferibles (ITQ: Individual Transferable Quotas), son buenos ejemplos de ello.
1.2. Los recursos renovables1
Los recursos renovables pueden utilizarse de forma regular y, si se explotan adecuadamente, pueden continuar produciendo servicios durante un futuro indefinido. La pesca, la caza y los bosques son ejemplos de recursos renovables. Los stocks de estos recursos varían a lo largo del tiempo según las leyes biológicas, dependiendo, de la disponibilidad de alimentos y agua, de la densidad y la distribución por edades de la población, y del proceso de reproducción natural de cada especie. La crisis energética nos ha hecho tomar conciencia de los problemas de los recursos no renovables. Pero también existen problemas que exigen una urgente solución en el caso de recursos renovables como la población de ballenas azules y grises, donde el exceso de capturas amenaza con la extinción de la especie.
Los servicios de la mayor parte de los recursos naturales se intercambian en el mercado al igual que las demás mercancías. La pregunta que cabe plantear sobre la relación entre el sistema de precios y los recursos no renovables es la siguiente: “¿Cuál es la tasa óptima a que se deben utilizar estos recursos, y conduce el sistema de precios a esa tasa de utilización?” Análogamente, deseamos saber si el sistema de precios induce a un consumo de los recursos renovables que permita mantener sus existencias a un nivel adecuado. La eficiencia del sistema de precios en la conservación de los recursos naturales depende de manera crucial de las características de apropiabilidad y los efectos externos del recurso.
La característica esencial de un recurso renovable es que sus existencias no son fijas y que pueden tanto aumentar como disminuir; crecerá si a las existencias se les permite reproducirse. Un ejemplo es una sola especie de pez o un bosque. Sin embargo, hay unas existencias máximas: ningún recurso renovable se puede regenerar hasta niveles superiores a la capacidad de sustentación del ecosistema en el que existe. Este potencial para el crecimiento es importante porque el hombre puede aprovechar, o extraer, el incremento del tamaño de las existencias y, siempre que se den determinadas condiciones, las existencias volverán a crecer, se extraerá, crecerá de nuevo y así sucesivamente. Siempre que el resto de las condiciones no varíe (por ejemplo, las condiciones dentro del ecosistema considerado) hay razones para creer que este proceso de extracciones puede continuar durante largos períodos de tiempo. Pero, el potencial de sobreexplotación de un recurso renovable es importante: es fácil hacer que un recurso renovable desaparezca. Obviamente, esto ocurrirá si el ritmo de extracción excede constantemente el ritmo de crecimiento natural del recurso, pero también puede ocurrir si la población del recurso cae por debajo de un nivel crítico, quizá por la sobreexplotación o por alguna otra razón no relacionada con el uso directo que se hace del recurso en cuestión, como podría ser la destrucción del hábitat.
Hay que hacer dos advertencias: en primer lugar, convencionalmente se considera que los recursos que tienen flujos continuos a lo largo del tiempo también se llaman «renovables». La energía proveniente del sol, de las olas o de las mareas son ejemplos de recursos de flujo continuo. El análisis que realizamos en este capítulo no es aplicable a esos recursos. En segundo lugar, aunque la analítica pueda parecer complicada, al menos a primera vista, hay que tener en cuenta que nos concentramos en el uso de especies individuales, sin tener en cuenta que las especies son interdependientes. Un ejemplo altamente relevante de la interdependencia en los ecosistemas es la relación depredador-presa: una especie necesita de otra como alimento. A su vez, la presa es un depredador de otra especie y así sucesivamente. La representación del uso óptimo de un conjunto de especies es demasiado complejo. Aun cuando los resultados que aquí se presentan son importantes, no se aproximan al complejo mundo de la interdependencia ecológica. Este es el contexto que hay que tener presente: la «fragilidad» de los ecosistemas y que adoptemos políticas de uso muy cuidadosas.
1.3. Curvas de crecimiento
Pensemos en una determinada especie de pez; sus existencias (o biomasa) pueden tener un crecimiento a lo largo del tiempo como muestra el gráfico 1.1. La curva que se muestra es una función logística: a niveles de existencias bajos los peces se multiplican, pero a medida que empiezan a competir por las provisiones de alimentos su ritmo de crecimiento se hace cada vez más lento hasta que, eventualmente, las existencias convergen en un nivel máximo XMAX, la capacidad de sustentación de ese ecosistema para esa especie. Nótese que también se ha dibujado la curva empezando en XMIN: éste es el nivel mínimo crítico para la población. Si las existencias caen por debajo de ese nivel, se está llevando a esa especie a la extinción (XCERO).
Para nuestro propósito es útil interpretar la información contenida en el Gráfico 1.1 de un modo ligeramente distinto. El Gráfico 1.2 aporta la misma información, pero muestra el crecimiento del recurso X en el eje vertical y el nivel de existencias del recurso dX/dt, en el eje horizontal (tasa de variación de X con respecto al tiempo). Para mayor facilidad de nuestra exposición, el Gráfico 1.2 ignora el segmento de la curva entre XMIN y XCERO del gráfico 1.1, esto es, ahora asumimos que la población no tiene un tamaño mínimo crítico. El análisis se hace mucho más complicado si introducimos tamaños mínimos críticos; produciendo lo que la literatura conoce como «agotamiento».
El gráfico 1.2 nos dice que al principio el ritmo de crecimiento de las existencias de recurso es positivo, llegando a un máximo y después decrece a medida que las existencias se acrecientan. Si dejamos al recurso solo, su tamaño en términos de biomasa total crecerá y crecerá hasta que alcance a la capacidad de sustentación de su ambiente en XMAX.
Llega un nivel del stock en que el recurso alcanza su equilibrio natural, porque representa el tamaño de la población que tiende a persistir en ausencia de intervención humana. Ese nivel de stock es "estable" en el sentido de que si hay una población mayor que ese nivel, el crecimiento de la población es negativo, mientras que si es menor, el crecimiento es positivo. Así pues, bajo condiciones naturales existe una tendencia a que la población se sitúe en el nivel máximo de población del stock.
Debido al crecimiento vegetativo, es posible explotar el recurso sin reducir el tamaño de la población. Cada año se puede utilizar una cantidad igual al crecimiento natural, de manera que la población se mantenga constante. Por tanto, la curva de crecimiento natural indica, para cada tamaño de la población, la cantidad que puede sustraerse anualmente de manera continuada sin agotar el stock del recurso.
El gráfico 1.2. permite identificar un concepto cuyo uso está muy difundido, que es el de máxima producción sustentable (MPS), que tiene lugar cuando el ritmo de crecimiento de un recurso llega a un máximo. El atractivo aparente de la MPS debería ser obvio: si utilizamos el recurso renovable de tal modo que tomemos MPS de las existencias, éstas se regenerarán por si solas y la próxima vez podremos volver a tomar la MPS y así sucesivamente.
Adviértase que esto sólo se podría hacer si dejamos que el recurso se renueve por sí mismo: si tarda un año en regenerarse, la MPS se podrá tomar cada año y si tarda veinte, debemos extraer la MPS sólo una vez cada veinte años. En la práctica es mucho más complejo que todo esto porque la población será de diferentes edades, pero la idea básica es correcta. Sin embargo, la MPS es el máximo que podemos extraer del recurso sobre una base sustentable, esto es, sin reducir sus existencias a largo plazo. Por tanto, la idea de igualar nuestra tasa de extracción a la MPS tiene un atractivo: el recurso sobrevive «para siempre», y en cada período obtenemos el máximo de él.
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