LA CRISIS ECOLOGICA DEL SIGLO XX

El proceso de industrialización por sustitución de importaciones, acelerado en América latina desde las décadas de 1930 y 1940, fue uno de los principales desencadenantes de la crisis ecológica más grave de nuestra historia. El desarrollo macrocefálico de las grandes ciudades generó graves problemas de transporte, vivienda, agua, luz y comunicaciones. La industrialización y la urbanización masiva provocaron un elevadísimo consumo de energía. Las nuevas pautas del consumismo aceleraron el gasto energético, prohibiendo la adquisición de los más variados y superfluos artefactos eléctricos.

La crisis ambiental se ha agravado en las últimas dos décadas a raíz de la instalación de industrias altamente contaminadas y de reactores nucleares por parte de las transnacionales, que desplazan dichas industrias desde las metrópolis imperialistas hacia las naciones del Tercer Mundo con el fin de obtener mejores tasas de ganancia y, al mismo tiempo, acallar en esos países los movimientos ecológicos de protesta contra la radioactividad. Mediante esta nueva relocalización industrial a muchas empresas les "resulta ya más fácil y barato trasladarse a los países en desarrollo que instalar el costoso equipo para controlar la contaminación, que sería necesario de continuar en sus países de origen".22

Las naciones altamente industrializadas están convirtiendo a nuestros países en depósitos no sólo de productos tóxicos sólidos sino también en basureros nucleares. Al mismo tiempo ya se han instalado reactores nucleares en Brasil, México, la Argentina y Venezuela. De este modo, América latina ha entrado en la era del peligro radiactivo en gran escala, como ya ha sucedido en Estados Unidos, en Europa occidental y oriental (Chernobyl) en 1987, en Brasil (Goiania) con la contaminación del isótopo radiactivo cesio 137.

La deforestación continúa a un ritmo galopante en América latina: entre 5 y 10 millones de hectáreas anuales. Uno de los mayores ecocidios se está cometiendo en la selva amazónica, el principal abastecedor de oxígeno del mundo. Según el Dr. Kerr, director del Instituto de Investigaciones de la Amazonía, en los próximos veinte años se habrá extinguido la parte fundamental de las selva que provee la quinta parte del oxígeno al mundo, el 15 por ciento del agua dulce y tercera parte de la madera del mundo. Las transnacionales han invadido la selva amazónica en busca de minerales, madera y nuevas tierras para la explotación ganadera y la agroindustria, levantando aeropuertos y ciudades artificiales en esta zona que, paradójicamente, ha comenzado a llamarse "el desierto rojo del Amazona".

Esta devastación del Amazonas ha modificado el régimen de lluvias, acelerando el desbordamiento de los ríos tanto en el Brasil como en el Paraguay y la Argentina.

La contaminación del aire es ya crítica, al punto que varias ciudades -como San Pablo- han sido declaradas en estado de emergencia debido a la nube formada por los miles de toneladas de gases de monóxido de carbono expedidas por más de un millón de vehículos y cerca de 100.000 fábricas. En marzo de 1985 los científicos mejicanos declararon que la contaminación atmosférica de Ciudad De México estaba casi al límite (97,5 por ciento), pronosticando que para el año 2000 no habrá posibilidades de seguir habitando en esa ciudad.23 Más preocupante aún es el descubrimiento en la zona austral de un "agujero" en la capa de ozono que protege a la Tierra de los rayos solares ultravioletas.

La contaminación de las aguas marítimas ha provocado la extinción de muchas especies y el casi agotamiento de la pesca de camarones, sardina y langosta. Los derrames de hidrocarburos han sido la principal causa de esta contaminación, tanto en los mares como en los ríos y lagos. Uno de los reservorios de agua dulce más grande de América latina, el lago Maracaibo, está totalmente degradado, al igual que los ríos Orinoco y Caroní.24

Las tierras agrícolas han sufrido un grave deterioro a raíz del desarrollo del capitalismo agrario en las últimas tres décadas. Casi todos los ecosistemas naturales han sido intervenidos, convirtiéndose en agrosistemas con una alta mecanización a base de grandes flujos energéticos, especialmente petroleros. La "revolución verde" debería llamarse "revolución negra" porque se ha implementado gracias a un oso desmedido de petróleo, aprovechando su bajo precio hasta principios de la década de 1980. Una trampa biológica de la "revolución verde" y de sus cereales de alto rendimiento es la reducción en la diversidad genética de los cultivos: los llamados híbridos, es decir, nuevas plantas obtenidas mediante la cruza de especies, tienen elevados rendimientos, aunque con una base genética estrecha. Los cultivos son más susceptibles a las plagas debido a la uniformidad biológica y a que grandes extensiones de terrenos están sembradas del mismo producto, especialmente aquellos destinados a las empresas agroindustriales.

El uso de plaguicidas a destajo ha provocado no sólo desequilibrios ecológicos en el campo sino también graves repercusiones en la salud de la población, sobre todo por el uso del DDT. Este crimen de las transnacionales que venden el DDT es consciente, porque dicho producto está prohibido en Estados Unidos y Europa. Un testimonio campesino, titulado "¿Y cómo no tener cólera?", decía en Ecuador: "Oímos lo que dicen señores instituciones, pura universidad, puro ingenieros y siguiendo a ellos compramos abonos y gastamos tanta plata. Y en este tiempo el abono nos viene más flojo, caído las fórmulas. Un año se pone abono y sale bueno. Otro año, con el mismo abono se pierde. Y más está pasando. Están tinturando la arena y vendiéndonos como furadan. Y en el DDT le ponen harina flor".25

La sobreutilización de los suelos, el sobrepastoreo y la devastación de los bosques ha acelerado la erosión a casi el doble en los últimos treinta años, con lo cual ha aumentado la sedimentación de los ríos; disminuye así el potencial de riego.
LAS CORRIENTES ECOLOGICAS


La crisis ambiental contemporánea ha dado lugar a la formación de nuevas corrientes de pensamiento que hacen -en general- ideología, es decir, inversión de la realidad al servicio de una determinada clase o fracción de clase.
Algunos teóricos burgueses han intentado presentar una visión apocalíptica de la crisis ecológica. Esta posición catastrófica, estimulada por el libro Los límites del crecimiento de Meadows y el informa del Club de Roma (1972) cae en el idealismo objetivo. La crisis ambiental es gravísima, pero uno se pregunta qué se esconde detrás de este "terrorismo ecológico". Quizá el interés de obligar a un mayor sacrificio a los países dependientes, a controlar la natalidad hasta métodos de esterilidad forzada, exagerando el llamado crecimiento exponencial de la población que conduciría a la imposibilidad de alimentar tantas bocas en un mundo en que ha bajado proporcionalmente la producción agropecuaria.


Tomando en cuenta sólo un criterio economicista, se ha llegado a plantear el "crecimiento cero" y a manifestar la imposibilidad de que la sociedad socialista alcance la plenitud material. Mandel ha señalado que "la referencia a la ‘inalcanzabilidad’ de la plenitud como último argumento contra el socialismo-comunismo -¡bien conocida ya en el siglo XIX!- ha sido reavivada por los discípulos de ‘la escuela del crecimiento cero’ y por los ecológistas que argumentan que, con una población mundial hipotética de 10.000 millones de personas, la abundancia de bienes materiales sería físicamente imposible o bien provocaría una catástrofe en el ambiente".26

A nuestro modo de entender, el concepto de plenitud va más allá de la abundancia material y del consumismo, tiene directa relación con la salud, la cultura y la libertad integral en una sociedad sin clases y sin Estado opresor.

Los teóricos del "terrorismo ecológico" quieren hacer creer que toda la población es responsable de la contaminación. Por eso financian campañas publicitarias: para que la gente compre productos destinados a evitar aspectos superficiales de la contaminación, ocultando la verdadera raíz de la crisis ambiental. Se da así la paradoja de que los responsables de la comunicación aumentan se tasa de ganancia vendiendo artículos descontaminantes. Se instrumentan campañas para poner de manifiesto que "todo el mundo contamina, el verdadero culpable es usted, soy yo, es la empleada doméstica, más que la fábrica. Ciertamente, todos somos responsables, poco o mucho, pero ¿quién nos ha vendido el detergente no biodegradable, el pesticida, la bencina, el envoltorio plástico?".27 Contaminar para descontaminar y descontaminar para contaminar se está transformando en un nuevo negocio para los capitalistas.

También existe un cierto "ecologismo" demagógico de los ideólogos burgueses, que pretende arrebatar ciertas banderas al auténtico movimiento ecologista, parloteando acerca de la contaminación y del conservacionismo.

No obstante su carácter reformista, el movimiento conservacionista fue el primero en formar conciencia relativa acerca del desastre ecológico. Sin embargo, algunos sectores sólo ponen acento en el valor económico de los recursos naturales.

Por otra parte, se ha desarrollado una importante corriente de pensamiento que hace una despiadada crítica al hombre como depredador sempiterno de la naturaleza. Sus aportes son relevantes para la comprensión del comportamiento del hombre en relación a la naturaleza, como estimamos que se deberían tomar en cuenta las diversas fases del proceso histórico de la sociedad humana, porque no es igual la actitud ante la naturaleza del aborigen de la sociedad sin clases que la del ejecutivo de una transnacional.

Por consiguiente, es necesario considerar las responsabilidades de las clases dominantes, a través de la historia, en la depredación de la naturaleza, señalando claramente que el sistema capitalista, desde la primera Revolución Industrial, ha provocado los desastres ecológicos más significativos, y que solamente el hombre podrá superar la crisis ambiental en un nuevo tipo de sociedad.

Es correcto afirmar que la mayoría de las sociedades humanas han deteriorado el ambiente; pero para no diluir lo concreto en lo abstracto, hablando en general del hombre, habría que señalar taxativamente que el incremento del flujo de energía está en relación directa

con el proceso de acumulación capitalista mundial. El aumento de la composición orgánica del capital, en favor del capital constante, ha determinado un consumo de energía jamás registrado en la historia para hacer funcionar la moderna maquinaria. La internacionalización del capital ha acelerado el flujo de energía también en los continentes asiático, africano y latinoamericano, agotando los recursos renovables, artificializando los ecosistemas, devastando bosques y contaminando el ambiente con las fábricas levantadas en las macrocefálicas urbes.

Otros caen en un dogmatismo energético, sin considerar qué clases sociales tienen el control de la energía, de sus usos y abusos, y cómo los flujos energéticos están mediados por las relaciones de poder.

Como reacción ante el deterioro ambiental provocado por la sociedad industrial urbana se ha desarrollado una corriente premunida de una concepción metafísica de la naturaleza, que postula la vuelta a la sociedad agraria, posición idealista que se desliza hacia un naturalismo ingenuo sin destino. Es un hecho objetivo que la naturaleza no es la misma del pasado y que ha sido profundamente transformada por la sociedad, en especial capitalista, mediante la inversión de casi todos los ecosistemas naturales.

En América latina todavía no hay fuertes movimientos ecológicos de protesta como en Europa. Sin embargo, en los lugares donde han comenzado a estructurarse, como Brasil, México y Venezuela, contribuyen en forma significativa a la creación de una conciencia ambiental y a poner de manifiesto las lacras del sistema capitalista. Estos movimientos son potencialmente revolucionarios porque cuestionan no sólo el sistema de producción sino también la vida cotidiana generada por la sociedad industrial. Al decir de Michel Bosquet, "la lógica de la ecología es la negociación pura y simple de la lógica capitalista".28

Otros autores plantean que la ecología ha superado la teoría de la lucha de clases, pareciendo no advertir que la crisis ambiental acelerada por el sistema capitalista sólo será superada a través del proceso de la lucha de clases, del enfrentamiento entre la clase explotada y la explotadora, principal responsable del grave deterioro ambiental.

Es más urgente que nunca dar respuesta teórica, programática y política a la crisis ambiental partiendo de una clara concepción acerca de la totalidad constituida por la naturaleza y la sociedad humana. En definitiva, en torno a esta cuestión clave -que sólo será resuelta en el terreno de la lucha de clases- se está jugando la supervivencia de la humanidad. El dilema "socialismo o barbarie" planteado por Rosa Luxemburgo está más vigente que nunca.

Es innegable que los marxistas han descuidado el estudio del ambiente y han sido sorprendidos -al igual que otros- por la gravedad de la crisis ecológica. Muchos han reaccionado a la defensiva, negando la trascendencia de esta crisis o denunciando a los grupos ecologistas como movimientos diversionistas que distraen la atención de las tareas de la lucha de clases, como si la crisis ambiental provocada por la burguesía estuviera al margen de la lucha de clases.

Uno se pregunta si esta falta de respuesta de los PC y de los grupos pro chinos a la problemática ambiental y su negativa a respaldar los movimientos ecologistas se debe a que en la URSS, los países del este de Europa y China existen similares problemas ambientales desencadenados por la puesta en marcha de plantas de energía nuclear y otras altamente contaminantes. En la URSS no se ha inventado todavía una tecnología distinta de la del capitalismo, que no altere el funcionamiento sano de los ecosistemas, falencia que se puso de manifiesto en el reciente desastre de Chernobyl.

Francisco Mieres -uno de los principales ambientalistas de Venezuela- ha señalado que los países del llamado "socialismo real" se han visto "subyugados por los mágicos sortilegios del industrialismo y, lo que es más grave, que ello se ha convertido en uno de los obstáculos más duros para su avance y para el despliegue de un movimiento socialista genuino y pleno (...). Hubo que desencadenar (en la URSS), con apoyo en la colectivización forzosa y con métodos extremadamente centralizadores, una verdadera revolución industrial desfasada y condensada (...). Se dan consecuencias similares a las que provoca la industria capitalista sobre el ambiente, con las secuelas de contaminación y agotamiento precipitado de recursos no renovables, así como modernización mecánica de la agricultura, con agravio a menudo del potencial reproductivo del suelo y aguas y con notorias dificultades para asegurar el abastecimiento alimenticio esencial. La creencia en la neutralidad social y ambiental de la

técnica así como en su omnipotencia frente a cualquier problema, ha conducido frecuentemente a copiar o adoptar procedimientos y equipos foráneos, sin reparar en sus secuelas humanas ambientales, las que a menudo sólo se revelan contraproducentes a largo plazo, cuando el daño está hecho, a veces a manera irreversible (...). Este cuadro sociopolíticoambiental difícilmente puede constituir el óptimo para un socialista. Sólo se puede aceptar y comprender como prehistoria del socialismo, como fase de transición que necesariamente debe ser superada substancialmente para asistir al advenimiento del socialismo pleno y genuino".29

Luego de haber alentado un modelo de desarrollo basado en la industrialización por sustitución de importaciones, la CEPAL, reconoce que no advirtió a tiempo el deterioro ambiental que iba a provocar el crecimiento urbano industrial. En lugar de hacerse una autocrítica de su proyecto desarrollista, uno de los teóricos, Aníbal Pinto, ha confesado en 1979: "para un economista de mi generación, como para muchos que están en los escalones siguientes, resulta inverosímil que durante tanto tiempo haya pasado desapercibido, sin introducirse ni siquiera tangencialmente en nuestras discusiones, esta relación vital entre el hombre-medio o sociedad-entorno físico (...). Absorbidos algunos economistas por las relaciones entre clases e individuos, y otros por el fetichismo mercantil. Habían dejado de lado ‘el pequeño detalle’, como habría dicho un contexto finito y en persistente agotamiento o deterioro".30

Sin embargo, este barniz ambientalista no llega al fondo del problema. Sólo se hace para proyectar un desarrollismo que considera el "medio ambiente" y la "variable" o dimensión ambiental, con la finalidad de que el desarrollo provoque el mínimo impacto ecológico.

Antes que nada, es necesario aclarar que el ambiente no es "medio", sino la totalidad constituida por la naturaleza y la sociedad humana. Por eso, es un error hablar de medio ambiente; la palabra "medio" debe utilizarse en relación a medio natural, medio geográfico, etcétera. Es también incorrecto emplear el término "variable ambiental" porque el ambiente no es ninguna variable sino el todo. El ambiente no es una variable del desarrollo económico sino a la inversa. No se trata de incorporar esta nueva "variable" al análisis económico, sino de enfocar globalmente el ambiente en el cual está incluida la sociedad humana y sus diversas manifestaciones sociales, económicas, etcétera.

Cuando los teóricos de la CEPAL se refieren a la necesidad de incorporar la dimensión ambiental, quieren expresar que toda planificación económica debe contemplar la "variable" ambiental. En rigor, debería partirse de la planificación ambiental y dentro de ella considerar la variable económica. Pero la CEPAL no plantea el problema de esta manera porque le interesa fundamentalmente el "crecimiento sin deterioro" o lo que otros organismos internacionales han denominado "el desarrollo con el mínimo daño permisible", modelo de por sí falso, ya que es el actual tipo de desarrollo capitalista el que precisamente ha conducido a la crisis ambiental más grave de la historia.

Los teóricos de la CEPAL están ahora preocupados porque ha entrado en crisis el modelo de desarrollo que se fundamentaba en la seguridad de un crecimiento exponencial, sin advertir que los recursos naturales eran limitados y, en gran parte, no renovables. Está en crisis el tipo de crecimiento urbano-industrial y la confianza en que la tecnología y la ciencia podrían resolver todos los problemas, inclusive el deterioro ecológico.

Ahora la CEPAL sugiere que América latina dependa menos del petróleo, desarrolle tecnologías que permitan un mayor uso de mano de obra, estimule un mayor reciclaje de los desechos, administre los recursos naturales, instituya formas administrativas más descentralizadas a través del apoyo a las comunidades locales, detenga el consumismo y la expansión de las ciudades.31

Estas medidas no podrán ser implementadas por el régimen burgués latinoamericano, porque si los países altamente industrializados no han encontrado sustitutos del petróleo, menos lo podrá hacer el capitalismo dependiente. Menos chance aún habrá para impulsar actividades económicas rentables que aumenten la tasa de empleo, ya que la tendencia de la burguesía criolla, asociada al capital transnacional, es introducir una alta tecnología que absorbe cada día menos trabajadores. Por otra parte, es utópico pedirle a la burguesía que administre los recursos naturales, tomando en cuenta la dinámica propia de los ecosistemas. Y si no que le pregunten a cómo han funcionado estos consejos áulicos a los habitantes de la Amazonía. Y más ilusorio

aún es sugerirle a la burguesía que apoye a las comunidades locales y que detenga el consumismo y la expansión de las ciudades.

Los afanes de los ideólogos de la CEPAL están dirigidos hacia el llamado "crecimiento sin deterioro ambiental". El aumento de la producción -dice Osvaldo Sunkel- "ha menoscabado con frecuencia la conservación de la naturaleza y tendido a crear en muchos casos una grave situación ecológica. Podría parecer, en consecuencia, que la incorporación de la dimensión ambiental tiende invariablemente a restringir las tareas de la producción, lo que implicaría renunciar a elevar la productividad del trabajo y a congelar el crecimiento. Nada más erróneo que poner ambas posiciones en los platillos de una balanza. Es ineludible, además, que ésta se inclinará inexorablemente hacia un lado de la producción. Lo que realmente interesa en la incorporación de la dimensión ambiental en el desarrollo son poder plantear, en forma creadora, opciones de producción que cumplan con la función de mantener los ecosistemas y, por ende, las condiciones ambientales".32

Como puede apreciarse, se trata de conciliar lo inconciliable: desarrollo capitalista sin deterioro ambiental. No obstante, Sunkel insiste: "Se procurará explotar las interrelaciones entre desarrollo y medio ambiente, al menos en aquellos aspectos que resultan más relevantes desde el punto de vista de la problemática del desarrollo". Es evidente, entonces, que todo se reduce a incorporar la "variable ambiental" en función de la tesis desarrollista.

Estos ideólogos plantean un estudio más acabado de los sistemas para determinar la "oferta ecológica" potencial. Cabe preguntarse ¿quién cuantifica la "oferta ecológica" y quién se la apropia?. Paralelamente, sugieren incorporar a las "cuentas nacionales" los recursos naturales para registrar el monto del deterioro. ¿Acaso las cuentas nacionales no son controladas por la misma clase social que provoca el deterioro? La aspiración de incorporar los recursos naturales a las cuentas nacionales demuestra que lo único que realmente interesa a los desarrollistas es cuantificar los recursos naturales para garantizar, con el "mínimo deterioro ambiental", una mayor explotación por parte del sistema capitalista.

En el trabajo de Sunkel se plantea también la fijación de estándares medioambientales (?) que sirvan para determinar los niveles de contaminación "aceptables" y "la fijación de prioridades por costo efectividad que sirva para seleccionar proyectos que solucionen el problema de acumulación de estos niveles ‘aceptables’ de daño medioambiental". Una vez más, cabe preguntarse: ¿qué clase social fija estos niveles de contaminación "aceptables"?

Las sugerencias para un "crecimiento sin deterioro" se hacen en un momento en que es irreversible la tendencia de las transnacionales a desarrollar en América latina industrias altamente contaminantes no toleradas por los países metropolitanos y a implementar, en asociación con el capital criollo y estatal, industrias de alto consumo energético. El nuevo modelo de acumulación, basado en el crecimiento de las nuevas industrias de exportación no tradicionales en América latina, va precisamente contra toda ilusión de un desarrollo sin deterioro ambiental. El aumento de la inversión extranjera, de 18 a 38 mil millones de dólares entre 1967 y 1975 en América latina, según cifras de la propia CEPAL, se ha dado precisamente en las industrias que mayor impacto ambiental provocan. A las transnacionales que han aumentado la inversión en bienes de consumo duradero, de 36,2 por ciento a 63,8 por ciento del total entre 1950 y 1974, ¿se les puede pedir un crecimiento con el "mínimo daño permisible"?

Las burguesías criollas de América latina, asociadas al capital monopólico internacional, seguirán ahondando la crisis ambiental. La lógica capitalista conduce a una maximización de la ganancia cuya finalidad no es precisamente salvaguardar nuestros ecosistemas. La burguesía podrá tomar medidas paliativas en relación a la contaminación y a ciertos recursos no renovables, pero no está dispuesta a preservar el ambiente a costa de su tasa de beneficios y de sus posibilidades de expansión.

Bajo las condiciones de explotación de los regímenes clasistas, en especial del capitalismo con la avidez creciente por el mayor lucro, el deterioro ecológico está hipotecando el porvenir de la especie humana; el mantenimiento ya irracional del sistema origina un riesgo cierto para la mera sobrevivencia biológica del hombre en el planeta.

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